ABC, 26 de enero de 2007
Vila-Matas: «La marca de la gran literatura es la experimentación»
MANUEL DE LA FUENTE
MADRID. La Docta Casa se vistió ayer de gala (aunque la tarde más que de gala estaba de trenka y bufanda) para celebrar el «Día de la Fundación pro Real Academia Española», fundación que, como es sabido, tiene como fin primordial canalizar la ayuda de la sociedad a la Academia. Y la celebración se sustentó sobre dos columnas de enjundia: la entrega a Enrique Vila-Matas del premio que ostenta el propio nombre de la Española, y un nuevo homenaje a ese siglo (y unos meses) de Francisco Ayala, al que glosó el catedrático Gonzalo Sobejano, uno de los grandes especialistas en la obra del centenario escritor, y un reconocido experto en narrativa española contemporánea. Tras la apertura del acto por parte del director de la Real Academia, Víctor García de la Concha, y el gobernador del Banco de España y a la sazón presidente de la ya mencionada Fundación, Miguel Fernández Ordóñez, el propio De la Concha entregó el galardón a Vila-Matas, alguien que, como él mismo reconocía, se vanagloriaba hace sólo seis años de ser «el único escritor español sin premios».
El novelista barcelonés vertebró su discurso en torno a «El hechizado», un cuento del propio Ayala. El autor de «Doctor Pasavento» (la novela premiada) defendió la voz y la palabra del «escritor de verdad, ése que es independiente del poder y que asume su oficio como un trabajo moral, porque escribir bien es una manera de ser moral con uno mismo. Es hoy, además, una actitud moral, porque se ve obligada a estar en oposición a la corrupción reinante entre los emisarios de la nada que habitan en los centros de todos los imperios». Destacó igualmente el premiado, quien asume que practica una «literatura de investigación», el valor de la experimentación, «que es la marca de la gran literatura».
Para concluir su discurso, Vilas-Matas tiró de orgullo, que para el verdadero escritor de hoy «debe consistir en enfrentarse a esos emisarios de la nada y combatirlos para no dejar a la Humanidad en manos de la muerte. Porque digan lo que digan, la escritura puede salvar al hombre. Hasta en lo imposible». El solemne acto terminó con el discurso de Francisco Ayala, «ese hombre repleto de lucidez mental, compasión cordial y llaneza coloquial», como subrayó Sobejano. Cien años de Ayala, todo un siglo de las luces.
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